Un día horrible

Suspiras. Cierras el grifo y el agua deja de chorrearte en la cara. Primer día de clase. Coges la toalla y te secas. El vaho tapa tu reflejo en el espejo y de un manotazo limpias una franja para poder observar que cara llevas hoy. Dos brillantes, grandes y rojos granos han decidido aflorar esta noche. No te importa. Al fin y al cabo esto no es una película de Hollywood, Mr Patriarchy no se saldrá con la suya. Suspiras. Sonríes enseñándole tu dentadura a tu ‘yo’ del espejo. Tienes los dientes amarillos. Que asco. Además algunos pelos del bigote han hecho señal de presencia. Pesados, hostia. Agarras el teléfono para mirar la hora pero está húmedo y *fiuuuum* vuela. Directo contra el borde del lavabo. -YA ESTÁ. LO HAS ROTO- piensas. Ahora tendrás que comprarte otro, como si te sobrara el dinero. Lo recoges y suspiras. Por suerte solo se ha agrietado un poco. Desbloqueas y TACHÁN: en 10 minutos deberías estar saliendo de casa para llegar a tiempo al urbano de las 8:15. Mierda, mierda y mierda.
Te vistes a toda hostia, te bebes un zumo y arrancas desflechada con dos galletas en la mano. Tan pronto sales a la calle ya sientes el orballo calando en los huesos. Lo que faltaba, humedad para el cuerpo. Andas rápido mientras muerdes una galleta con una mano y con la otra intentas (desesperadamente y sin que se note mucho) sacarte las bragas que se te están metiendo por la raja del culo. ¿Incomodidad? ¿Qué es eso?
Llegas a la parada y la última persona está subiendo al autobús. Mientras andas vas abriendo la cartera y observas con total incredulidad que las cosas no te podrían ir peor. Con las prisas, te has dejado la tarjeta de los bonos encima de la mesa. Me cago en todo ya. La calderilla no te llega y le ofreces al autobusero un sucio y arrugado billete de diez. -Es todo lo que me queda para esta semana- piensas. El señor regordete de gafas te mira con cara de pocos amigos. ¿Por qué será que los conductores siempre están cabreados con el mundo? Duda un momento pero luego te recoge el billete. Tan pronto como la vuelta cae en tu mano el autobús arranca. Das dos pasos y casi te caes. Todo el autobús está mirando para ti. Intentas poner cara de digna pero ya es tarde.
1’40 a la mierda. ¿Cómo puede ser tan caro un viaje en el que no te vale la pena ni sentarte? El tiempo que dura te sirve para asimilar que estás llegando a clase. Sin embargo eres consciente de una realidad abrumadora que estará presente los próximos 9 meses de tu vida: cuando te bajes del autobús (después de la tensión de que el conductor te pare en donde te tiene que parar QUE MUCHO BOTÓN PERO AL FINAL HACEN LO QUE LES DA LA GANA) tendrás que enfrentarte a ella. Sí. Ella. La interminable cuesta hasta la puerta de las clases. La odias. No entiendes que proceso mental utilizaron lxs fundadorxs de la escuela para situarla tan arriba ¿Era necesario o es una insinuación a que debería bajar unos kg? Da igual.
Llegas a clase, por suerte, a tiempo. Tampoco te iba a salir todo mal. Te sientas delante. Total, ya sabes lo que te espera. Tus maduros compañeros se podrán todos en la fila de atrás, que se volverá enorme dejando el resto de la clase casi vacía. Es lo que tiene apuntarte a un ciclo por pasar el rato y no por aprender. Por fin Hugo y Antía (tus dos úniques compañeres con les que puedes conversar sin acabar discutiendo o con ganas de morirte) aparecen por la puerta. Miras a Hugo a la cara e inmediatamente sabes que viene de resaca. Tan típico de él que ni te sorprende.
-Primer día de clase ¿y ya me traes esa cara? hijo de mi alma.
Se ríe y se sienta a tu lado. Por no variar te empieza a contar el "fiestón" que se montó ayer por la noche y te llama aburrida por no salir. Como si no tuvieras mejores cosas que hacer que irte de juerga el día anterior al inicio del curso. Pensándolo bien: no, no tenías. Al menos habrías llegado incómoda con motivos, pero qué se le va a hacer.
Hugo sigue hablando pero tu ya no lo escuchas. Uno de tus maravillosos compañeros está arrastrando a otro por el suelo y todos gritan y se ríen. Oyes golpes. Tienes la boca pastosa por las galletas. Que asco. Estás un poco mareada y te duele la barriga. Tendrías que haber desayunado bien. Joder. Se te ha olvidado coger la manzana de media mañana. No se te olvida la cabeza porque la tienes pegada. Hasta la hora de comer sin probar bocado… Un señor pequeñito de bigote entra sonriendo en clase. Todos se callan y se sientan. Hoy solo habéis venido dos chicas, la otra (sí, sólo sois 3) ha faltado. La manada parece más grande y más insoportable que el curso pasado. El jefe de estudios os dice que el profesor no ha venido así que va a aprovechar para dar una pequeña introducción del curso. ¿Por qué será que te lo esperabas? En fin. Cuando os deja salir te haces un cigarro.
-¿Tu no habías dejado de fumar? –pregunta una voz de macho alfa al que ni te molestas en mirar a la cara.
+Ya ves.
-Fumar mata.
Levantas la vista y ves que es uno de los cazadores que te caen tan bien. Repites:
+Ya ves. -Ojalá matase más rápido- piensas.
Una profesora que no conoces os manda para dentro: YA. Gracias maja, el cigarro por la mitad. No sabes quien es pero en esos momentos tampoco es que te importe. Tienes un mal día y no quieres estar ahí. Pasas la hora pasmando y casi te quedas dormida. ESPABILA. Cuando te levantas notas algo raro. No. No me jodas. No. No puede ser. ¿En serio? Es una broma. Miras a la silla y ya no suspiras, RESOPLAS. El mierda seca de detrás se pone a reírse. Le fulminas con la mirada y se calla. Te dan ganas de estamparle la silla en la cara y hacerle lamer tu menstruación hasta que quede impecable. Limpias la silla y te vas tapándote el culo con la mochila, para que nadie se de cuenta. Ni que estuvieras en la ESO, que si te venía la regla en el aula eras el azmerreír de tu clase y las dos de al lado. En fin. Algo intermedio entre un suspiro y un resoplo sale por tu boca mientras te vas a coger otro urbano.

Al menos ahora es cuesta abajo.

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