Segundas oportunidades

Esta es una carta que escribí hace casi un año a mis mejores amigos. Mi intención era leérsela, pero al final no pude. No pude decirles el motivo por el que había insistido tanto en reunirles. Así que os lo explico a vosotros, ahora. Para que comprendáis que nunca, nunca es demasiado tarde.



Fue una noche de lágrimas, dolor y sangre, en la que la Muerte se cernió sobre mí con el sabor dulce de una promesa. O quizá fui yo quien la buscó a Ella, desesperada, en un intento de huida absurdo que solo sirvió para añadir una fecha más en la lista de miserias.
Lo recuerdo todo de manera confusa e increíblemente lúcida al mismo tiempo. Me hubiera gustado gritarles a esos señores de verde que estaba bien, que no habían sido tantas o que no hacían el efecto que yo buscaba. Oh, sí, estaba anestesiada de cuanto sucedía a mi alrededor. Pero no importaba, porque en breve me iban a hacer pagar todos mis pecados, hasta el punto que deseé volver a caer en manos de la Muerte.
Aquellas urracas malditas que llenaron de carbón mi cuerpo lo dijeron. Aquello era un castigo. Pero yo no estaba buscando la redención; yo solo quería que parasen, quería dormir… «Haberlo pensado antes», dijeron cuando supliqué clemencia.

A veces toso y sigo sintiendo los tubos en la garganta, quemando. Aquella noche sobre las dos de la madrugada cogí pánico a vomitar. Realmente le tengo pánico.

Pero esas dos horas que pasé con las urracas fueron un paseo campestre comparado con lo que vino después. Horas y horas muertas de un alma moribunda mirando al techo, sin atreverse a alzar la voz para pedir un vaso de agua o una manta. En ese lugar hay mucha gente que quiere vivir y ahí está, moribunda, tras haber escapado de la Muerte a la que se había entregado por voluntad propia. No quiere molestar a los que aún tienen esperanza. 
Pero tranquilos, aquellas horas de admiración de la arquitectura hospitalesca sirvieron de algo. Si quieres salir del Infierno tienes que redimirte y pasar por el Purgatorio. Aquellas cuatro paredes lo fueron. Y cuando amaneció, la vida tenía un sabor nuevo. Agridulce, pero nuevo.
Después de esta catábasis a los Infiernos, volé. Os aseguro que los meses posteriores a mi caída han sido los más felices y emocionalmente estables de mi vida. Y todo os lo debo a vosotros, mi querida familia, porque os llevo en el corazón. Y aunque no estéis todos hoy, a lo largo de este año habéis sido mi luz en un mundo donde las sombras se ciernen cada vez más oscuras. Habéis sido mi apoyo y mi sustento y, en un día como hoy, no puedo perder la oportunidad de agradeceros que sigáis a mi lado pese a todo. Gracias. Os quiero.
No sé cuándo volverá a encenderse el Sol en mi vida, porque ya sabemos que «la noche es oscura y alberga horrores», pero cada vez que chisporrotea una llama es por vosotros.

Hola, me llamo Carla y hace un año que intenté suicidarme, pero no lo conseguí. Hoy hace un año que gracias a los dioses sigo viva, así que quiero brindar por vosotros, mis estrellas guía, y por los que no están. De verdad, os quiero. Gracias.

[…]

Aquí estoy. Es mi primera noche en esta casa, el lugar donde voy a pasar los próximos meses. Y no puedo dormir. Soy incapaz, a pesar de haber tomado tantas pastillas y haberlo intentado… Mi escritura se vuelve torpe como la de un niño borracho.
Fue hoy. El 29 de agosto por la mañana salí de urgencias, pero todo ocurrió ahora. Ahora mismo, hace un año, podría haber muerto.

Comentarios

Entradas populares