¡Nos queremos vivas!

Se llamaba Joaquín. Tenía 9 años recién cumplidos. Vivía con sus padres y sus dos hermanas mayores. Rosa-20 años- padecía obesidad y no podía apenas moverse del sofá. Lidia-12 años-tenía síndrome de down.
La vida de Joaquín no era mejor ni peor que la vida de sus compañeros de curso. Iba, como cualquier niño de su edad, a la escuela primaria. Tenía seis horas lectivas, un recreo de media hora para descansar; los martes y jueves practicaba fútbol en clases extraescolares. Cuando llegaba a casa, su madre solía tener preparada la merienda. Estudiaba y hacía los deberes para el día siguiente. Se duchaba. Y después de ver un rato la televisión con sus hermanas, cenaban en familia. Su padre llegaba sobre las 21:00, trabajaba desde las 07:00.
Y así, día tras día, Joaquín iba viviendo con sus amigos en el parque, con una chica que le gustaba, con los gatos y perros del barrio, las carreras de bicicletas, los partidos de fútbol, etc. Era feliz.
Abril.
Papá llegó temprano del trabajo. Le habían despedido. Estaba muy alterado, daba voces repitiendo una y otra vez lo que le había dicho su jefe. Mamá lloraba en una silla. “¡Qué vamos a hacer ahora!” susurraba “¡qué haremos con los estudios de Joaquín, y el tratamiento de Rosa, y el de Lidia!”
Después de ese día, Joaquín y su hermana empezaron a quedarse en el comedor. Una tarde, unos chicos de cursos superiores se empezaron a burlar de Lidia. Joaquín tuvo entonces su primera pelea. Terminó con el labio sangrando. Cuando llegó a casa, vio que mamá también había estado en una pelea: tenía el ojo morado. Nadie habló ese día en casa. La cena fue en silencio.
A mediados de mes faltó un maestro. Joaquín había aprobado conocimiento y fue corriendo a casa a contárselo a sus padres. Cuando abrió la puerta, escuchó a papá gritando. Estaba en su cuarto. Poco a poco se fue acercando sin hacer ruido y se asomó a la habitación. Papá estaba de espaldas, mientras pateaba la cama chillaba palabrotas. Palabrotas que hubiesen significado seis meses de castigo si las hubiera dicho él. De pronto escuchó, muy bajito, el llanto de su madre. ¿Dónde? Debajo de la cama, con las manos cubriéndose la cabeza, estaba mamá. Joaquín salió de allí corriendo y se encerró en su cuarto dando un portazo. Al rato apareció papá, con gesto calmado. “Hola, hijo, ¿cómo ha ido el cole?” Joaquín no pudo responder. ¿Por qué mamá estaba llorando debajo de la cama? La cena fue en silencio.
Mayo.
A Joaquín le habían quedado cinco el segundo trimestre. Él, que siempre había sido tan buen alumno… Los maestros no entendían ese cambio de actitud. Papá no conseguía trabajo. Mamá lloraba por la noche. Joaquín la escucha llorar y no dormía.
Era viernes. Llovía y no había llevado paraguas. Llegó a casa después de haber entregado en blanco un examen de matemáticas. Rosa estaba sentada en el sofá individual, tapada hasta el cuello con una manta. Papá y mamá discutían en el salón. Papá decía que él no podía hacer todo, que ella era una vaga. Mamá le preguntaba qué hacía él ahora que ya no trabajaba. Papá gritaba que estaba echando currículums, que ya lo llamarían, que tuviese paciencia. Mamá bajaba la voz y decía que él la dejaba sola en la casa, que tenían mil cosas que hacer, que estaba sola, que no podía con su cuerpo, que estaba vieja y no podría jubilarse nunca de hacer la comida, lavar los platos y poner la lavadora. Papá le decía que eso es lo que debían hacer las mujeres. Mamá rompía a llorar. “Estoy harta de ser mujer” gemía. De pronto, papá alza un brazo, lo levanta hasta el cielo, su mano derecha se agranda, es gigante y baja como una maza directa a la cara de mamá. Mamá recibe el golpe y trastabilla, cae al suelo y sigue llorando. Lidia corre al lado de mamá y empieza a chillar y a moverse muy nerviosa. Rosa le grita a papá que es una bestia, que se vaya de casa. Papá mira la puerta. Ahí, parado sin hacer ni decir nada, está Joaquín. Papá se acerca a él con paso firme. “¿Y tú qué? Eres un cobarde, como tu madre.” Vuelve a levantar la mano, y baja rápido, tan rápido que a Joaquín no le da tiempo a reaccionar. Pum. Los dedos de papá están ahora en su mejilla. Siente el corazón en la garganta. Quiere decir todas las palabrotas que se sabe. Y llorar. Los ojos se le llenan de lágrimas. “No llores, no seas nenaza” le advierte su padre. Joaquín traga saliva y aprieta los puños. La cena fue en silencio.
Mediados de mayo. Joaquín llegó a clase con un cardenal en el ojo. Una maestra lo había visto y avisó al director. “¿Cómo te has hecho eso?” le preguntó Don Antonio. Joaquín se encogió de hombros. “¿Vendrá mamá a la fiesta de final de curso?” No. “¿Y papá?” Papá sí. “¿Es que tu mamá está enferma?” Joaquín negó con la cabeza repetidas veces. Es que papá no quiere que mamá salga de casa. El director le dio las gracias y lo mandó a clase. En casa, mamá comentó que ya no podrían pagar el fútbol. Papá dijo que había que hacer sacrificios por la familia. La cena fue en silencio.
Junio.
“¿Pueden venir Joaquín y Lidia a desayunar aquí?” preguntó mamá una mañana en el colegio. El jefe de estudios la miraba extrañado. “¿gratis…?” “No tenemos dinero. Llevamos meses sin desayunar en condiciones y ya no tenemos ni para un vaso de leche. Mis niños se van a morir de hambre. Por favor.” “Está bien. Que vengan. Pero sólo un vaso de leche.” “Gracias.”
Después de eso mamá empezó a ir más al colegio. Hablaba con el director, con la cocinera, con el portero, con los maestros, con las maestras y hasta con las limpiadoras. A final de mes, mamá estaba más en el colegio que en casa. Un día le contó a la maestra de lengua que su marido le pegaba. Recalcó que golpeaba a sus hijos. “Ya se va a solucionar, tienes que entender que está mal por su despido. No se lo tengas en cuenta.” La noticia de que había violencia en casa corrió como la pólvora por la escuela. Joaquín empezó a escuchar rumores de que mamá era una de esas mujeres que tenían sexo con muchos hombres y que por eso papá le pegaba. Los compañeros de clase le mandaban notas en papel diciéndole que era una puta y que esa noche se la iban a follar. Joaquín lloraba de rabia. Rabia hacia sus compañeros, rabia hacia él mismo y rabia hacia mamá. ¿Por qué se acostaba con tantos hombres? ¿No se daba cuenta que eso estaba mal? En casa ya no cenaban.
Final de curso. Fiesta de despedida. La clase de Joaquín había preparado una obra de teatro. Papá y mamá estaban en segunda fila. Papá sonreía y le daba ánimos. Mamá lo saludaba con la mano. Joaquín no quería que mamá estuviese allí, quería que se fuese a su casa, que se quedara lavando los platos como hacía siempre, le daba vergüenza que la vieran sus compañeros. Las demás madres no hablaban con mamá. La dejaban sola y la miraban de lejos, comentando entre ellas la mala actitud de esa mujer, una deshonra para el resto de mujeres. A la salida, papá dijo que se iba al bar con unos amigos. Mamá le pidió que la acompañase a casa al menos, que era tarde y estaba oscuro. Papá le dio un empujón contra la pared. Los demás padres y maestros, reían. “Ve sola, mujer. ¿No querías independencia?”. Esa noche papá volvió tarde a casa, borracho.
El verano pasó sin grandes acontecimientos. Joaquín iba y venía de la casa de sus amigos y de la piscina. Lidia había ido a un campamento con otros chicos como ella. Rosa no salía de su habitación. Papá se emborrachaba constantemente y mamá no paraba de llorar. Un día, mamá dijo que si papá seguía así, ella se iría de casa. No le hicieron caso. No era la primera vez que lo decía.

Septiembre.
Empezaron las clases. Joaquín tuvo que repetir curso. Papá seguía sin trabajo. Una mañana, mamá llegó corriendo al colegio. Era el recreo. Joaquín la vio. Mamá entró rápido en la sala del director y empezó a pedir por favor que la ayudasen, le temblaban las piernas y la voz. Joaquín escuchaba a través de la puerta. Decía que su marido quería matarla, que la ayudasen, que no podía denunciar a la policía, que tenía miedo. El director le dio un abrazo “váyase a casa, señora.” ¡No! ¡No! ¡En casa estaba papá! Joaquín apretó los dientes. Mamá podía ser puta, pero no quería que papá la matase. No quería que papá matase a mamá. Cuando se abrieron las puertas del despacho, Joaquín corrió a abrazar a mamá. “Yo voy a estar contigo, él no va a hacerte nada.” Mamá le dio un beso en la cabeza y le dijo que se quedase a dormir con algún amigo. Después subió a las clases y contó lo mismo a las maestras. “No deberías ir contando tus intimidades, los problemas de pareja se quedan en la pareja.”
Joaquín no fue a casa esa noche. Mamá no fue a casa nunca más.
Octubre.
Llevaban un mes sin ver a mamá. No se había llevado ropa, ni fotos ni nada. No estaba en casa de ningún familiar. No sabían dónde encontrarla. Papá golpeaba a sus hijos todos los días. Decía que ellos eran los culpables de que mamá ya no estuviera. A veces comentaba que la echaba de menos y que no podía vivir sin ella. Otras veces, que dónde estará, que seguro que se ha ido con uno de sus amantes… Y la insultaba.
En el colegio no se volvió a hablar de ella.
A mediados de mes, llegó una carta al director. Era mamá. Le pedía que se disculpe en su nombre a sus hijos, que sentía haberlos abandonado, que los quería más que a nadie y que volvería a por ellos. También decía que les diesen, por favor, el desayuno. Que ella iba a conseguir trabajo e iba a ir pagándoselo poco a poco. Y que su marido no se enterase.
Pero su marido se enteró. Esa tarde, mientras algunos alumnos comían tranquilamente en el comedor, apareció papá de la mano de Joaquín. Entró en la cocina, cogió un cuchillo jamonero y se lo puso a sí mismo en el cuello. “O le dicen a esa puta que vuelva conmigo o me mato. Os juro que me mato aquí mismo.” Joaquín miraba desde el marco de la puerta. Papá no se mató ese día.
Noviembre.
Papá no salía de casa. Bebía. Bebía mucho alcohol. Cuando Joaquín llegaba del colegio, le golpeaba. “Eres tan imbécil que es como pegarle a tu madre.” A Rosa y a Lidia ni les hablaba. Rosa llamó a la policía un par de veces y pidió que se llevasen, a sus hermanos a un centro de menores. “Hay muchos casos así” le dijeron “no sois prioridad.”
Joaquín comenzó a autolesionarse.
En matemáticas no aprobaba ningún examen. El maestro se acercó un día, enfadado por su falta de interés: “eres un pedazo de mierda pinchada en un palo. No vales para nada.” Nunca le pidió perdón. A partir de entonces, Joaquín no sirvió para nada.
Diciembre.
Iban a terminar las clases. Le quedaban casi todas las asignaturas. Papá cuando se enteró, se quitó el cinturón y comenzó a azotarlo. Joaquín tuvo que meterse debajo de la cama para protegerse. Lloraba y pensaba en mamá, en la primera vez que vio cómo papá le gritaba. Echaba de menos a mamá. Ya no le importaba si era una puta… era mamá y ella sabía cómo abrazarlo. Le daba las buenas noches con un beso en la frente y siempre olía a vainilla.
Faltaban dos días para Navidad. Joaquín volvía de clase. Al entrar en casa, vio a Rosa hablando por teléfono muy nerviosa, y a Lidia mordiendo un cojín con rabia. El ambiente era frío. ¿Qué pasaba? Se acercó a la cocina. No había nadie. En las habitaciones tampoco.  En el cuarto de baño estaba papá… ¿dormido? Tenía un bote de pastillas a su lado y el grifo de la ducha abierto. El suelo estaba inundado. Esa misma noche se enteró de que papá se había suicidado. En Navidad vinieron a buscarlos unos señores extraños, decían que los llevarían a un nuevo hogar.  A Lidia la llevaron a otro lugar. Rosa ya era mayor, dijeron. Joaquín entró en un centro de menores.
Antes de Año Nuevo le anunciaron que Rosa había muerto en un accidente. Mamá se suicidó al saber lo que había pasado. De Lidia no volvió a saber nada.
La sociedad había matado a su familia. El silencio de quienes pudieron hacer algo y no lo hicieron. Las manos que señalaban y condenaban. Los ojos que miraban hacia otro lado mientras los suyos lloraban. Habían asesinado a su familia sin escrúpulos, sin miramientos, a sangre fría.
Se llamaba Joaquín. Iba a cumplir 10 años.
[Lo que acabas de leer es una historia real. Y, desgraciadamente, no es la única... vivimos rodeades de violencia de género, de machismo. Hay que cambiar esta sociedad patriarcal, empezando por nosotres mismes: No te calles. No seas cómplice. ¡Nos queremos vivas!]
-Bruja F.

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